EQUIVALIENTES

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jueves, 12 de septiembre de 2013

Perder la razón, la maternidad como infierno.





  Después de “Amor”, la película de Haneke, me encuentro con este film de Joachim Lafosse “Perder la razón”  que me sumerge de nuevo en uno de esos infiernos personales que parecen invisibles ante los demás.

   Al igual que un comentarista del programa Días de cine,  consideró que el tema de “Amor” era “una decrepitud mal encarada”, no me sorprendería que alguien ya esté calificando el de esta película como “una maternidad mal encarada”. Y es que existen infiernos que nosotros creamos, que nosotros mantenemos, pero que somos incapaces de ver, o quizá no queremos ver. Si has caído en la casilla mala,  como en el juego de la oca, tú te aguantas, y yo tiro, porque me toca.

 No cabe duda, por otra parte, de que la alineación absoluta puede terminar por ser llevadera. Convertirse en la limpiadora-reproductora de un hombre  puede ser una función en la que encontrar algún tipo de autoestima personal, si ponemos nuestra autoestima en la valoración que el hombre hace de nosotras y en la capacidad de aguante. Generaciones y generaciones de mujeres han vivido, viven y probablemente, vivirán así en el futuro, aunque sea desalentador reconocerlo.

 Pero en la película “Perder la razón”, este no es el caso. No hay alienación asimilada a la normalidad. Hay dolor en estado puro, angustia, sufrimiento y odio dirigido, por pura confusión, hacia las hijas y el hijo que parecen ser la causa directa de ese sufrimiento. Aunque evidentemente no lo son. ¿Por qué esta terrible confusión? Porque la mujer está sola. Abrumadora y terriblemente sola. No hay voces que la ayuden a interpretar lo que le pasa.  Tampoco  pertenece al grupo de las mujeres que han sido criadas para vivir así, aunque hubiera deseado al menos poder integrarse en él –la desdicha compartida es menos dolorosa- pero ni esto consigue.

  Porque su pareja ya tiene pareja. Ella sólo es un vértice más en el triángulo creado para la satisfacción de todos y cada uno de los deseos de su joven marido inmigrante. En un punto está ella, y en el otro el hombre occidental que le proporciona una vida “a lo grande” a él y a toda su familia marroquí. Esta situación lleva a la protagonista a un círculo dantesco en el que busca y busca el modo de satisfacer al marido en una especie de competencia carente de sentido con “el otro”: tener el hijo varón que desea a base de parir niños.  Si la competencia con otras mujeres es dura, en este caso es sencillamente imposible de sobrellevar salvo con  la negación absoluta de su ser.

  Es violada, humillada, culpada, golpeada y finalmente, abandonada por el marido que no puede soportar la convivencia con tantos niños las peticiones constantes de colaboración… y se escapa cada vez por periodos más largos a Marruecos para poder “respirar”. Es diariamente sometida a esa insidiosa venganza del hombre mayor que le reprocha simplemente su ser femenino,  que la requiere despierta para el trabajo y al mismo tiempo anulada para la queja o la exigencia de cambios. Que en el fondo la odia por representar todo lo que él nunca podrá ser.

 “Perder la razón” nos acerca una vez más a la realidad de la locura generada por el entorno de la persona, nos permite, además,  reflexionar sobre la explotación de las mujeres desde la perspectiva no solo intercultural sino también de la connivencia homosexual. Una homosexualidad masculina que predica la tolerancia hacia su diferencia, mientras acepta en su entorno modelos de vida basados en la masculinidad más retrógrada, que incluso los mitifica y reconstruye como valores absolutos de una sexualidad libre de todo compromiso reproductivo.

    Por otra parte, la película se dirige también con mirada crítica hacia las occidentales que contemplamos indiferentes o incluso valoramos como positivas diferencias culturales que no son más que trampas para mujeres, hasta que una de nosotras cae inesperadamente en una de esas trampas. No lo vimos venir. Por eso “Perder la razón” no es solo una película excelente, es sobre todo una película necesaria.