El velo, en sus distintas variantes, no es algo que hayan inventado los musulmanes. Basta con echar un vistazo a nuestra propia iconografía para comprobarlo. Las mujeres de mi generación que asistimos a la rebelión de las monjas de nuestros colegios para dejar de usar vestimentas al estilo antiguo, mientras sus compañeros de congregación se dejaban únicamente el alzacuellos, sabemos que la consigna “cúbrete mujer” no es exclusiva de ningún credo religioso.
Para entender lo que significan sus diversas variantes, más o menos radicales, es interesante analizar las maneras en las que distintas religiones han hecho recomendaciones o mandatos sobre el modo en que los hombres y/o las mujeres deben vestirse y como estos mandatos se relacionan con aspectos sociales o culturales, por ejemplo, el clima, los tejidos disponibles, la existencia de comercio de ropas con otras culturas, las distinciones de clases y rangos sociales y por supuesto dentro de estas distinciones jerárquicas, la distinción de géneros.
Como en muchos otros aspectos que no tienen que ver con la ropa, la religión es la justificación sobrenatural, y por ello irrefutable, para una costumbre cuya razón de ser no tiene nada de sobrenatural ni está dictada por ningún ser omnipotente. Existen muchas normas de origen religioso cuya verdadera motivación es reducir la movilidad y la disponibilidad sexual de las mujeres con el fin de asegurar lo más posible la filiación de la descendencia y su permanencia dentro del clan. Este hecho está más que estudiado por la antropologia. Siempre es clave que la mujer interiorice esta norma y construya su propia identidad a través de ella incluso si está pensada como un instrumento para su control.
En cierto sentido se puede decir que el velo es como la adopción del apellido del hombre, una negación de una misma en beneficio de otro que, sin embargo, se interpreta de manera contraria, como algo positivo, como creador de un yo y no como anulación o reducción del que ya teníamos.
No obstante, la costumbre extendida en el mundo islámico de que las mujeres cubran su cuerpo, tiene consecuencias para el individuo mucho más evidentes y aparatosas que un cambio de apellido, como no poder usar un bañador y tener que ir a la piscina con un traje de buzo, (lo llaman burkini, creo) o que en la función del instituto sea difícil asignarnos papeles… no habría mucho problema con el papel de Julieta (salvo por el escote) pero si tenía que hacer de Juana de Arco, vestida de hombre, habría algunas dificultades. Lo más fácil de adaptar sería una representación de la Casa de Bernarda Alba con una Bernarda Alba mucho más chiflada.
No se si cierto grado de humor es aceptable con este tema, teniendo en cuenta que hay asesinatos de por medio, pero me gustaría ser clara al intentar hacer ver que el problema de los atuendos promovidos por el Islam para las mujeres no es que las personas no puedan llevarlos en determinados momentos o circunstancias, sino que no puedan quitárselos.
¿Qué se supone que debemos sentir las occidentales cuando vemos a una mujer con el cabello y el cuello completamente cubiertos? ¿Nada? ¿Y cuando lleva todo el cuerpo cubierto salvo la cara o los ojos? ¿Nada? No es mi intención insultar ni cuestionar a las mujeres musulmanas. Todo lo contrario, en muchos aspectos estoy más ligada a las mujeres musulmanas, por el hecho de ser mujeres, que a muchos hombres cristianos o incluso ateos, como yo. El velo, aunque pueda presentarse como una opción es y será el fruto de una imposición y no de una imposición para un subgrupo de mujeres que quieran dedicar su vida a la espiritualidad, sino para todas ellas.
Es la certeza de este hecho la que me implica personalmente, en la medida en que, por ser la suya una religión proselitista, su defensa de la necesidad de cubrirse ante las miradas masculinas constituye, no solo un atentado contra la libertad de las mujeres que sostienen o son obligadas a sostener dicha creencia, sino una amenaza potencial para mi propia libertad y la de mis descendientes.
No obstante, más que preocuparme, hoy por hoy, por lo que podría suceder en un hipotético futuro, me preocupan las miles de mujeres en el mundo que quisieran quitárselo y no pueden, que no pueden atreverse a decirlo y en muchos casos, ni tan siquiera a pensarlo. Me preocupan las mujeres que habiendo inmigrado a Europa huyendo de la represión a la que eran sometidas en sus países ven ahora como sus correligionarios más fanáticos consiguen que muchos piensen que el problema es exactamente el contrario del que es.
Tengo la convicción, basada en hechos, de que una extensión de esta costumbre representa un retroceso objetivo para las libertades y los derechos de las mujeres y, si bien puedo entender que no estemos de acuerdo en qué metodo será el mejor para contrarrestar su avance, no puedo aceptar que simplemente se me diga, desde las filas de la progresía, que me calle y lo acepte en aras de la convivencia intercultural. Hay que reconocer que la izquierda no se ha caracterizado nunca por la llamada a la calma y a la aceptación del "estatus quo" salvo cuando esa calma tenía que ver con los derechos de las mujeres.
Las mujeres musulmanas o de origen musulman que sostienen la lucha contra estas y otras rescricciones de origen religioso, algunas desde hace mucho tiempo, deben ser las primeras que nos indiquen el camino. Existen. Me gustaría que tuvieramos menos miedo de escucharlas.